La vida es una larga espera. Esperar un segundo, un minuto, una hora, un día, un mes... Aguardar los grandes acontecimientos que marcarán tu vida y serán decisivos, soportar la carga de ver pasar todo inamovible, sin tener en cuenta esas menudas cosas, que hacen de la vida un lugar maravilloso, tal como un universo que gira en torno a ti. Pequeñas estrellas fugaces que son inadvertidas, como si de una nadería sin importancia se tratase. Son esas insignificancias las que hacen esbozar sonrisas, lecciones que aprender, recuerdos que guardar.
Esas estrellas pueden estar cargadas de sentimientos, de complicidad, una espiral que te atrapa y giras dentro de ella, como si estuvieras en un tiovivo, del que a lo mejor puedes salir. O a lo mejor ni siquiera sientes la necesidad de salir.
La fugacidad de un beso, una caricia, una mirada, un roce, un llanto, un parpadeo : minucias que hacen que te sientas vivo, y sin ellas no tendría tanto sentido vivir. Acontecimientos efímeros de los que ni siquiera te percatas, pero están ahí. Los necesitas día a día, paso a paso.
Estados de ánimo transitorios, de los que como se entra se sale, nunca podrás atormentarte tanto como para malgastar el poco tiempo que te dan. Una cuenta contrarreloj, en la que sólo cuentas TÚ y, desgraciadamente, el tiempo.
Atesora tus estrellas personales, aprende a disfrutar de esas pequeños gestos perecederos; habrás sentido, habrás esperado, habrás -sobre todo- vivido.
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