Dranian alzó la vista al cielo. La segunda luna lucía alta. El solsticio de verano daba comienzo. Habían pasado eones sin que observara a Dol, la segunda luna, tan resplandeciente. Un tenue y nítido rayo de luz iluminaba la caverna a través de una pequeña abertura situada en la parte superior de la estancia. Las estalactitas centelleaban y ocasionaban diminutas chispas que iluminaban las escamas negras azuladas de Dranian. Estaba acurrucado a la derecha del charco de luz, sus gigantescas alas cubrían su cuerpo, protegiéndose de la humedad de la cueva, y su cola ligeramente curvada reposaba sobre el suelo. El dragón giró su largo cuello hacia el frente, desvió la mirada a la inmensa oscuridad que se cernía sobre la boca de la gruta y resopló con resignación. Había olvidado los años que llevaba encerrado en ese antro, incluso ya no recordaba cómo desplegar sus alas para alzar el vuelo. Había perdido toda esperanza de salir de aquella prisión.
No hay comentarios:
Publicar un comentario