miércoles, 30 de julio de 2008

Inmortalidad entre las sombras: El vampiro



«Cuando ella hubo chupado de mis huesos la médula y yo,


lánguidamente, me hube vuelto hacia ella a besarle los labios con amor,


hallé sólo ¡un pringoso pellejo, chorreante de pus!»


Charles Baudelaire, La metamorfosis del vampiro.





Desde tiempos inmemorables, la inmortalidad ha sido un suculento plato para la humanidad. Dioses, demonios, seres insólitos… Todos ellos siempre han sido eternos e inmortales. La necesidad del hombre de creer que todo acontece por alguna razón hace que se funden los dogmas sobrenaturales. Éstos son, pues, el conjunto de creencias que el ser humano inventa para tratar de explicar sucesos que –hasta el momento- eran enigmáticos.



La idea de inmortalidad y el mito vampírico están internamente ligados. Desde que el mito nace –ni más ni menos que hacia el siglo VII a.C.- se relaciona con la inmortalidad y con la corrupción del alma. Las primeras referencias de la leyenda surgen de la idea de que un hombre muerto podía convertirse en un demonio si el alma no abandonaba el cuerpo.



El vampiro (Desmodus rotundus) es un animal mamífero que se alimenta de sangre de otros animales. Puede ser portador de enfermedades como la rabia. La primera vez que la palabra vampir aparece para designar al mito del hombre «chupasangre» es en Alemania, a principios del siglo XVIII. Se usaba para nominar al cadáver que abandonaba la tumba por las noches y succionaba sangre de los vivos y prolongar así su no-vida.



Pero el mito del alma condenada es tan remoto como la existencia de la humanidad y casi siempre, tiene cuerpo de mujer. Es inevitable nombrar al nexo entre la demonología babilónica y hebrea, Lilith. Primera mujer de Adán, y condenada por Yahvé, es considerada por muchos la madre de todos los vampiros.



Si tornamos la vista hacia el antiguo mundo griego, encontramos el mito de la Empusa, demonio femenino que solía visitar a los hombres dormidos para beber su sangre hasta provocar la muerte del individuo y, como era de esperar, formaba parte del séquito de Hécate, la reina de los espectros.



Al intentar buscar una explicación científica, se relaciona el mito vampírico con, principalmente, tres patologías médicas:



En primer lugar, la rabia, enfermedad que ataca al sistema nervioso y como bien se describe antes el vampiro la porta, que se transmite por mordedura de animales. Se explicaría así el delirio causado por los mordiscos infecciosos de los vampiros. Además, los espasmos faciales producidos por esta enfermedad pueden, claramente, explicar la retracción de los labios, que hace que se muestren los colmillos.



En segundo lugar, se encuentra la llamada enfermedad de Günther, una enfermedad hereditaria. La alteración en el ADN produce una acumulación de porfirinas que hace que la piel del paciente sea vulnerable a la luz solar, produciendo daños y quemaduras, y fomentaba la aparición de vello en la frente y, muy contadas veces, en las manos. Además, esta alteración producía anemia que era antiguamente tratada con sangre de animales. El paciente debía beber sangre, pero no era un método muy eficaz, puesto que los jugos gástricos la destruían antes de que pudiera ser absorbida.



En tercer lugar, las epidemias de peste .enfermedad infecciosa transmitida por las pulgas de las ratas y otros roedores- y el carbunco, que asolaron ciudades enteras y presentaban los síntomas de vampirismo: fiebres altas, sed intensa, convulsiones, afectación respiratoria y alucinaciones.



Durante el siglo XIV, especialmente en Prusia oriental y bajo el influjo de una gran creencia religiosa, se enterraba a los muertos rápidamente, sin llegar a la muerte clínica, para evitar contagios de estas enfermedades. Mucha gente sufrió una larga agonía dentro de sus ataúdes, tanto que se inflingían heridas para suicidarse. Por tanto, al exhumar los cadáveres, práctica habitual días después de la muerte, se los encontraban ensangrentados y los consideraban vampiros.



Las principales características del vampiro están pues, justificadas: la palidez fosforescente, el abundante vello corporal y los agudos colmillos.



El primer cuento europeo de vampiros surge del encuentro que se produjo en 1816 en Villa Diodati, del que fue anfitrión el místico y excéntrico Lord Byron y al que asistieron el doctor Polidori, Percy y Mary Shelley. Es en esa velada gótica cuando Byron, entre láudano y alcohol, propone a cada invitado escribir un cuento de fantasmas. Tres años después, en 1819, se publica El vampiro, una pequeña historia de vampiros que fue primeramente atribuida a Byron y que, sin embargo, escribió Polidori. Se puede decir que Lord Ruthven fue el primer vampiro documentado de la historia, fruto del folklore y el mito. Por otra parte, Shelley escribe años después su fantástico e inolvidable Frankestein, que se considera la mayor profecía cumplida de toda la literatura moderna.



Pero cabe decir que no fue la primera historia europea escrita sobre inmortalidad. Ese mérito se atribuye al escritor alemán Goethe, con su Fausto.



Se puede decir que, hoy en día, existen dos corrientes o formas de ver el mito del vampiro en la literatura:



Por un lado, el que se podría llamar tradicionalista. Esta corriente sigue tratando al vampiro como aquel monstruo inhumano y portador de enfermedades. La figura de la mujer fatal (femme fatale) está muy presente en esta corriente, y lo que es más, existe una fascinación por la bella difunta. Belleza, inmortalidad y lascivia son las principales características principales de obras maestras como la terrible figura del Drácula de Bram Stoker, en la que nos presenta un personaje que peca de lujuria y tiene cierta predilección por los placeres carnales. Stoker define así al Conde Drácula:



Tenía un rostro fuertemente aguileño, con el puente de su delgada nariz muy alto y las aletas arqueadas de forma peculiar, la frente alta y abombada, y el pelo ralo en las sienes aunque abundante en el resto de la cabeza. Sus cejas, muy espesas, casi se juntaban en el ceño y estaban formadas por un pelo tupido que parecía curvarse por su misma profusión. La boca o lo que se veía de ella por debajo del bigote, era firme y algo cruel, con unos dientes singularmente afilados y blancos; le salían por encima del labio, cuyo color rojo denotaba una vitalidad asombrosa para un hombre de sus años. Por lo demás, sus orejas eran pálidas extremadamente puntiagudas en la parte superior; tenía la barbilla ancha y fuerte y las mejillas firmes, aunque delgadas. La impresión que producía era de una extraordinaria palidez.



Otras historias vampíricas que siguen esta visión, son, por ejemplo No despertéis a los muertos de J.L. Tieck, en la que se narra una historia de amor fatal protagonizada por la bella Brunhilda y el desperado Walter, o Berenice de Edgar Allan Poe. En ésta última no se trata claramente el vampirismo, si no que es una apología de la mujer fatal.



Por otro lado, nos encontramos un vampiro con humanidad. Un vampiro que no ha abandonado aún el sentimiento humano ni piensa hacerlo. Un vampiro atormentado por su condición, que se oculta entre las sombras. Creadora de esta nueva y humana visión del mito es Anne Rice con sus Crónicas vampíricas. Rice no abandona del todo la visión tradicionalista del vampiro -no dejan de ser seres malignos- pero retoca esta visión con pinceladas de humildad. Describe vampiros angelicales y sentimientos de culpa. Además, se describe la inmortalidad como dolorosa y acaba causando estragos en los vampiros.



El mito del vampiro ha sobrevivido durante casi toda la existencia de la humanidad e incluso hoy en día sigue siendo uno de los preferidos por el género del terror. Literatura y cine siguen evocando la figura vampírica, su lascivia, su terrorífica figura. Tan sólo cabe pensar que es una leyenda pues, dadas las investigaciones científicas, está muy lejos de ser o de haber sido realidad. Pero ¿a quién no le hubiera gustado ser inmortal?



«La gente que cesa de creer en Dios o en la bondad todavía suele creer en el demonio.


No sé por qué. O sí lo se: la maldad es siempre posible, la bondad es una dificultad eterna».


Anne Rice.















BIBLIOGRAFÍA




- SHELLEY, M. W. Frankestein. Traducido por Francisco Torres Oliver. Madrid:Siruela, 2000.



- STOKER, B. Drácula. Traducido por Francisco Torres Oliver. Madrid: Alianza, 1999.



- RICE, A. Armand, el vampiro. Traducido por Camila Batlles. Barcelona: Ediciones B, 2007.



- VV.AA. El vampiro: antología literaria. Barcelona: Siruela, 2001.



- VV.AA. Vampiros. Madrid: Siruela, 1992.



- Colaboradores de Wikipedia, "Vampiro," Wikipedia, La enciclopedia libre, http://es.wikipedia.org/w/index.php?title=Vampiro&oldid=9580014 (descargado 7 de junio de 2007).

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